El retrato es para las personas una forma de abrir su intimidad. Queriendo o sin saberlo, de todas fomas queda reflejada en cada foto una parte de la personalidad. La mirada es una ventana por donde se escapan las emociones del momento y el estado de ánimo más profundo. El acto de fotografiar personas supone un intercambio íntimo de secretos entre la persona que fotografía y la que es retratada. Por eso siento auténtico pudor a la hora de acercarme a la gente con la cámara. Soy incapaz de pedir una foto, como si fuera a forzar la voluntad del sujeto que me interesa. Así que acabo robando, casi siempre. Todo lo más, mi mirada interrogante busca el asentimiento de una sonrisa antes de disparar. Y si no, para eso se han inventado los teles.

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