Ahora salir de la ciudad me lleva a la infancia. A aquellos domingos de excursión por el campo para oxigenarse y tomar el sol, incluso en invierno con lluvia o frío. Me gusta levantar la mirada al cielo buscando el horizonte, sentirme muy pequeña ante la inmensidad del espacio, respirar el aire fresco y limpio para recobrar energía.
Todo eso sigue haciendo que me sienta una partícula del tejido vivo que envuelve la Tierra. El medio rural me resulta íntimo y acogedor. También cultivar mi huerta para cocinar las verduras que a cambio me regala, es un placer que me llena de bienestar y salud.
Temo que el cambio climático seque los ríos y los campos queden estériles. Nadie escucha el llanto de la tierra.