Convertirse en cascada debe ser una experiencia grandiosa. Salirse de madre, forzar los cauces, dejarse arrastrar al vacío en caída libre, romperse en millones de gotas y luego, como si nada, reunirse todas de nuevo en su lecho para volver a ser río.
Puedo pasar gran parte de mis excursiones al pie de una cascada tratando de conseguir una seda. Es una paradoja, convertir la fuerza y el descontrol en una imagen suave, dulce y relajante.
Mis senderos favoritos son las rutas del agua que siguen por las márgenes de los ríos. Llegar al pie de un salto de agua es un momento mágico que me atrapa, me deja asombrada cada vez como si fuera la primera. Hasta que consigo, no se cómo, convertirme en parte de su fuerza. Entonces necesito llevarme a casa esos trozos de Naturaleza sin domesticar, aunque sólo sea en fotos.